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domingo, 9 de agosto de 2020

Los niños de Hiroshima



Por Graciela Vizcay Gómez, especial para NOVA

Mi esperado viaje a Tokio, desde Buenos Aires, tuvo una duración de un día completo. Luego, para llegar a Hiroshima, en el tren bala o Japan Railways Shinkansen son unas cuatro horas más, por tal motivo dejé este viaje para los últimos días de mi estadía.

Desde la terminal de Hiroshima llegué en un tranvía que es toda una reliquia al Parque de la Paz, ubicado cerca de la zona cero de la explosión. Había viajado para eso, y no pude evitar las lágrimas al estar frente al único edificio que quedó en pie, la Cúpula Genbaku.

El número de personas asesinadas por la bomba atómica no se sabe con precisión incluso hoy. Sin embargo, se estima que alrededor de 140.000 personas murieron a fines de diciembre de 1945 aun cuando el daño agudo causado por la radiación disminuyó.

A 1,2 kilómetros del hipocentro, donde estalló la bomba, casi el 50 por ciento murió ese día. Se estima que del 80 al 100 por ciento murieron en áreas más cercanas al hipocentro. Hasta marzo de 2014, Japón contó 192.719 personas como sobrevivientes registrados, según la cadena de noticias Asahi.

Al menos 70.000 personas murieron en la explosión inicial, mientras que aproximadamente 70.000 más murieron a causa de la exposición a la radiación. “El total de muertos en cinco años puede haber alcanzado o incluso superado los 200.000, debido al cáncer y a otros efectos a largo plazo”, según la historia del Departamento de Energía sobre el Proyecto Manhattan.

¿Era necesario tal crimen contra la humanidad?

"Los japoneses empezaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos devuelto ese golpe multiplicado", fue una de las primeras cosas que dijo el presidente Harry Truman en el mensaje en el que informó al mundo del ataque contra Hiroshima.


La bomba llamada “Little Boy” fue lanzada, a las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945. Tenía 3 metros de largo y pesaba cuatro toneladas. Era de uranio 235.

"La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses", dijo el jefe de Estado tres días después, en un mensaje transmitido el día del lanzamiento de una segunda bomba sobre la ciudad de Nagasaki.

La bomba, llamada “Fat Man” fue lanzada a las 11.02 a.m. del 9 de agosto de 1945. Tenía 3,2 metros de largo y pesaba 4,5 toneladas. Era de plutonio 239. Alrededor de 74.000 personas murieron en Nagasaki a fines de 1945.

Semejante genocidio no era necesario, EEUU solo quería demostrar su hegemonía ante el mundo y hacerle ver a la Unión Soviética su poderío. Esa es la realidad, y por más que Hollywood lo quiera maquillar con películas donde siempre son las víctimas, lo cierto es que las víctimas no son los estadounidenses, quienes aprobaron tal decisión y la aplaudieron.

Los niños de Hiroshima

Fue el nombre de la primera película japonesa que trató la tragedia de la bomba atómica, producida siete años más tarde del bombardeo. Kaneto Shindo escribió el guion basándose en una colección de cuentos y poemas escritos por los jóvenes supervivientes de la bomba, y reúne testimonios compilados por el profesor Arata Osada. Se estrenó en 1952, y es evidente el claro espíritu antibelicista en la historia y la necesidad del director de acabar con la proliferación de armas nucleares; para ello, educaba a los jóvenes mostrándolos la devastación que producían las armas atómicas.

El triciclo de Shing

Su autor, el sobreviviente Tatsuharu Kodama, escribió un libro para niños publicado en japonés en 1992 y en agosto de 1995 en inglés, donde cuenta lo que le sucedió a un niño de 3 años llamado Shinichi Tetsutani.

La historia es narrada por el padre de Shin, Nobuo Tetsunani, quien describe la mañana poco antes del ataque como un día tranquilo y soleado. Shin y su mejor amiga, una niña llamada Kimi, se encontraban afuera de la casa, jugando con su juguete favorito: un triciclo con manubrio rojo.

La explosión arrasó todo, su padre lo encontró bajo los escombros, “Le sangraba el rostro y estaba hinchado”, dice el libro. “Estaba demasiado débil como para hablar, pero su mano aún sostenía el manubrio de su triciclo. Kimi ya no estaba, había desaparecido en algún lugar debajo de la casa”. El padre de Shin no soportó la idea de dejar el cuerpo del niño en un cementerio solitario. Por lo tanto, la familia enterró a Shin en su jardín trasero, junto con su amiga Kimi y su querido triciclo. En 1985, 40 años después, el padre de Shin decidió trasladar los restos de su hijo al cementerio de la familia. Él y la madre de Kimi ayudaron a desenterrar la tumba del jardín. Ahí, según el libro, vieron “los pequeños huesos blancos de Kimi y Shin, de la mano como los habíamos colocado”.

“Esto nunca debería sucederles a los niños. El mundo debería ser un lugar tranquilo donde los niños pueden jugar y reír”, manifestó Nobuo. Al día siguiente, el padre de Shin donó el triciclo al museo de Hiroshima. Ahí, el legado de un niño de 3 años le sigue recordando a las generaciones futuras sobre los horrores de la destrucción nuclear. El relato fue publicado el 6 de agosto de 2015, por Thom Patterson de la CNN.

Las grullas de origami


La niña Sadako Sasaki tenía dos años cuando cayó la bomba en Hiroshima. Diez años más tarde, a la edad de doce años, por consecuencia a la exposición de la irradiación, los médicos le diagnosticaron leucemia. “Es una enfermedad de la bomba atómica”, dijo su madre. Estando internada, no se sabe aún si fue una niña o una adulta llamada Chizuco, le contó una historia: “¿Conoces la historia de las mil grullas? Sadako nunca había escuchado sobre esa leyenda.

Esta amiga le comentó de una antigua leyenda japonesa que promete que, quien pliegue mil grullas de origami, recibirá un deseo por parte de los dioses. “Pide el deseo de sanarte”, le dijo Chizuco. Pero Sadako solo pudo armar 644, murió en octubre de 1955.

Esta ave habita la isla de Hokkaido Cuando alguien ve una grulla lo considera un buen augurio. Se la llama “el ave de la paz” o “de la felicidad”.

El origami es un arte que consiste en el plegado de papel o papel de arroz, sin usar tijeras ni pegamento para obtener figuras de formas variadas son muy conocidas en Japón y su símbolo más característico es para dar suerte y traer paz a tu vida.

Según el libro que Eleanor Coerr, la escritora canadiense fallecida en 2010, para el día de su funeral, Sasaki Sadako fue enterrada con las mil grullas que doblaron los otros enfermos, quienes poco a poco murieron en los siguientes meses.

En el Parque de la Paz de Hiroshima se construyó una Estatua de los Niños de la Bomba Atómica, con forma de grulla dedicada a Sadako, pero también a todos los niños que fallecieron a causa de la bomba. Semanalmente, muchos visitantes llegan a dejar grullas como un símbolo de paz universal. En la base de la estatua se lee una leyenda: “Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria: que haya paz en el mundo”.

Los niños por nacer también sufrieron la bomba en el útero de su madre

La creciente incidencia de microcefalia y discapacidad intelectual asociada con la exposición ya era evidente a fines de la década de 1950. Entre los sobrevivientes en el útero con una dosis estimada en menos de 0.005 Gy, (grados), se encontró discapacidad intelectual severa en 9 de 1,068 (0.8 por ciento), mientras que los sobrevivientes en el útero con una dosis estimada en 0.005 Gy o más. 21 de 476 (4.4 por ciento) fueron diagnosticados con discapacidad intelectual severa.

La probabilidad de desarrollar esta discapacidad intelectual severa está fuertemente relacionada con la dosis y la edad fetal en el momento de la exposición (especialmente en una etapa significativa de desarrollo). La aparición excesiva de discapacidad intelectual fue particularmente pronunciada en los expuestos entre las 8 y 15 semanas posteriores a la concepción, y menos en los expuestos entre las 16 y 25 semanas posteriores a la concepción. Por otro lado, no se observó en aquellos que estuvieron expuestos de 0 a 7 semanas o de 26 a 40 semanas después de la concepción. Incluso si no se logró una discapacidad intelectual grave, los que estuvieron expuestos entre 8 y 25 semanas después de la concepción mostraron una disminución en el rendimiento escolar y el índice de CI con el aumento de la dosis, y la aparición de enfermedad paroxística, que produce episodios que imitan a una crisis epiléptica.

La resonancia magnética del cerebro fue realizado en seis personas con discapacidad intelectual grave, lo que sugiere que la exposición a los 3-4 meses después de la concepción causa anormalidades aparentes en la estructura del cerebro. Al igual que los sobrevivientes de la bomba atómica infantil, las mediciones corporales anuales de los sobrevivientes del útero también mostraron una reducción general de la altura y el peso en la edad adulta (18 años) en el grupo de dosis alta. En este caso, el sexo y la edad del feto en el momento de la exposición son irrelevantes. Todos estos datos pueden chequearse en el Radiation Effects Research Institute (RERF), una organización conjunta de investigación entre Estados Unidos y Japón que investiga los efectos de la radiación de la bomba atómica en la salud con fines pacíficos.

Docenas de bebés que habían estado en el útero de sus madres cuando explotó la bomba nacieron con microcefalia, cabezas anormalmente pequeñas. Alrededor de 1950, los casos de leucemia en Hiroshima se dispararon, y alrededor de 1955 aumentaron los cánceres de tiroides, seno, pulmón y otros. Persisten los temores de que el problema pasará generaciones.

Los huérfanos

Unos 23.500 niños (alumnos de escuela primaria de tercer grado y superior) habían sido evacuados con sus clases a pueblos y aldeas fuera de la ciudad. De estos, entre 2.000 y 6.500 perdieron a sus padres por la bomba y quedaron huérfanos. Muchos otros niños de poblaciones vecinas, que habían estado en Hiroshima en ese momento también perdieron a sus padres. Ambos grupos se conocían comúnmente como "huérfanos de la bomba atómica". Pero algunos de los niños, por diversas razones, no pudieron vivir en estas instalaciones. Vivían solos, sosteniéndose a sí mismos limpiando zapatos y haciendo trabajos pequeños.

Había un campamento para alojar a esos huérfanos, y se instalaron cinco más alrededor de la ciudad de Hiroshima a fines de 1955. Sin suministros ni fondos, asegurar la comida era la mayor preocupación. Como resultado, los huérfanos hicieron todo lo que podían hacer, como agricultura, redes de pesca, la excavación de mariscos y todo lo que podían comer.

El periodista Norman Cousins (1915-1990), visitó Hiroshima como uno de los principales autores de la famosa revista literaria "Revisión de literatura del sábado" de Nueva York, en agosto de 1955, vio la devastación de la bomba atómica y se sorprendió al ver tantos huérfanos.

Después de regresar a los Estados Unidos, Cousins anunció un informe titulado "Hiroshima en 4 años" en la misma revista, llamando a fomentar a los huérfanos como niños estadounidenses adoptados mentalmente. La respuesta fue enorme, con muchos estadounidenses esperando ser "padres espirituales" de huérfanos.

Para cuidar a los huérfanos de la bomba atómica y nutrirlos emocionalmente, Norman Cousins promovió un programa, alentando a los "padres espirituales" a enviar 20 dólares al año para el cuidado de sus huérfanos. El programa fue popular y muchos estadounidenses se unieron. Durante los diez años transcurridos entre 1950 y 1959, aproximadamente 500 personas enviaron un total acumulado de 20 millones de yenes para ayudar a mantener a los niños. El periodista recibió el título de Ciudadano Honorario de Hiroshima en 1964.

También tiene su monumento en el Parque Memorial de la Paz, para honrar sus grandes, incluida la promoción del proyecto de adopción moral para la bomba atómica y los huérfanos de guerra, sus esfuerzos para ayudar a las mujeres sobrevivientes de la bomba atómica a recibir tratamiento queloide en los EE. UU, y su llamado al mundo para la eliminación de tratamiento de armas nucleares.

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) informó hace horas que sigue habiendo en el mundo más de 14.000 bombas atómicas y que muchas de ellas son decenas de veces más potentes que las arrojadas el 6 y el 9 de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki.

Japón fue un viaje muy turbador, como todos los que he realizado a zonas de desastre, ignorando la pandemia por coronavirus que se avecinaba a los pocos meses de mi regreso a Argentina.

Quiero dejarles la experiencia de este viaje resumida en una frase del sabio Noam Chomsky: “Si algunas especies extraterrestres fueran recopilando la historia del homo sapiens, ellos podrían dividir el calendario: en Antes de las armas nucleares y en La era de las armas nucleares. Esta última era, por supuesto, se abrió el 6 de agosto de 1945, el primer día de la cuenta regresiva para lo que puede ser el final poco glorioso de esta extraña especie, que alcanzó la inteligencia suficiente para descubrir los medios eficaces para destruirse a sí misma”.

Foto: La autora en Hiroshima con un grupo de niños.

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