Por Antonio Cerrillo*
La fumigación con un herbicida tóxico causa estragos socioambientales en Argentina.
“Vivimos un agrocidio; la soja transgénica ha matado el campo”, dice Graciela Gómez
Lo que sufre Argentina –dice– son las consecuencias sociales y ambientales derivadas de un modelo agrario casi monopolizado por la soja transgénica. “Vivimos un agrocidio. Se está matando al campo. Lo ha matado la soja. De pequeña, veía parcelas azules con cultivos de lino, parcelas amarillas de girasol, y de otros colores en un paisaje variado rematado con molinos de agua y vacas. Pero esa biodiversidad se ha perdido. Ahora el campo es un desierto verde porque la soja lo ocupa todo”, dice.
La soja transgénica es un pivote de la economía de Argentina, el tercer exportador del mundo de esta oleaginosa, defendida por el Gobierno por su alta productividad. Pero tiene una cara amarga: el sufrimiento de las poblaciones que han padecido los efectos de un herbicida usado sin control, dice Gómez. “Se está plantando soja hasta en la puerta de las casas; y cuando se hacen las fumigaciones, desde aire o tierra, se arroja sobre viviendas, escuelas rurales, sobre cursos de agua, sobre la gente”.
El “veneno” denunciado es el glifosato (marca Roundup, de Monsanto), usado para matar las malas hierbas que compiten con la soja (modificada también para ser resistente al herbicida). Pero “no sólo mata las malas hierbas, sino que acaba con todo lo que esté vivo”.
La contaminación (“por contacto directo, por inhalación o consumo”) ha incrementado el número de abortos espontáneos, malformaciones en los niños, leucemias y alergias en las zonas en donde se aplica, añade. “El veneno es un disruptor endrocrino, ataca el aparato reproductor de los seres humanos; a los hombres los vuelve estériles…”, explica esta mujer, que cita numerosos informes que respaldan sus denuncias.
En la provincia de Chaco, los casos de malformaciones congénitas en niños se han cuadruplicado y las leucemia en menores de 15 años se han triplicado entre el 2000 y 2010 en el periodo la expansión sojera, según confirma por teléfono Raúl Lucero, jefe de área genética del Instituto de Medicina Regional de Chaco. Los datos proceden de un informe oficial de la provincia, encargado por el gobernador, que corroboraron las denuncias. Lucero vincula los casos de malformaciones de niños (que él atiende) con el hecho de haber estado expuestos a pesticidas en el útero de sus madres en los primeros meses de gestación. Y la misma causa explicaría los abortos repetidos y tempranos.
Graciela Gómez se siente conmovida por el caso de Julieta Sandoval, de Santiago Estero, un bebé de siete meses que nació con múltiples malformaciones en brazos, manos… y que murió en el hospital, en donde estuvo viviendo toda su familia. “Su padre trabajaba en el campo y es fumigador, como su abuelo, que ya murió; y su tío. La abuela sufre la misma enfermedad que el abuelo, que traía la ropa contamina a casa”, explica.
El caso de Julieta fue expuesto incluso a la presidenta argentina. “Nos dijo que si se demostraba que el veneno causaba las malformaciones, lo iba a prohibir por decreto. Pero va a permitir que se instalen en Argentina tres nuevas plantas para fabricar glifosato”, se queja.
Graciela Gómez habla de un juicio ganado en la provincia de Santa Fe en cuyo fallo los jueces establecieron aun distancia de 800 metros entre las viviendas de los afectados y los campos fumigados. Pero estima que este tipo de medidas son insuficientes. Por eso, promueve, junto con un conocido equipo de abogados, una gran demanda para reclamar el derecho de consumidor, para que se etiqueten los alimentos con contenidos o ingredientes transgénicos. “Están poniendo harina de soja transgénica en los caramelos o en el puré de tomate y rejunjes de maíz transgénicos en la polenta…”, relata escandalizada por la falta de información al ciudadano.
Graciela Gómez ha venido a Europa para reclamar que se prohíba las fumigaciones aéreas indiscriminadas, absurdas además porque “se rocía de forma indiscriminada, con lo que el producto se escapa y se pierde con el aire, hasta que el viento se lo lleva a todas partes....”. Pero también ha venido para advertir de los peligros de este herbicida que también se usa en España, por lo que reclama que la UE también reevalúe sus impactos.
Gabriela Gómez está convencida de que una tupida red de silencios, complicidades y connivencias están hurtando la investigación a fondo mientras que la opinión pública argentina es ajena a dramas que se repiten en las provincias de Santa Fe, Chaco, Córdoba y Buenos Aires.
Fuente: Diario La Vanguardia, Barcelona España impreso el 28/04/2013, página 47
Foto: Alex García, Graciela Gómez, en la Associació Salut i Agroecologia de Barcelona
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