Por Daniel Gershenson
Su nombre completo era Kenule Beeson Saro-Wiwa. Nació en Bori, al sur de Nigeria, el 10 de octubre de 1941. Fue exitoso productor de televisión, autor y académico; también, presidente de la Asociación de Escritores Nigerianos. Finalmente: líder social, ecologista y mártir.
Creó y produjo uno de los programas más populares en todo el continente africano. Publicó más de veinte libros: novelas, poemas, ensayos, obras teatrales. Era uno de los personajes más conocidos de su país.
Desde joven le preocupó la suerte de su tribu, los Ogoni, que tuvieron la desgracia de vivir en la región del Delta del Río Níger, que contenía –contiene- grandes yacimientos de petróleo y comunidades pobres y marginadas. Los pozos comenzaron a explotarse a partir de 1958 por el coloso petrolero anglo-holandés Shell Oil, sin que nadie mostrara la menor preocupación por los usos y costumbres de sus habitantes, por su forma de vida y sustento. Menos aún, por el medio ambiente.
A principios de los noventa, Saro-Wiwa tomó la decisión más importante de su vida. Defendería Ogoniland, exhibiendo ante la opinión pública internacional las atrocidades cometidas por Shell y sus cómplices en el gobierno.
Cuando él decidió involucrarse por completo en la defensa de su comunidad y su entorno, ya habían pasado más de tres décadas de expoliación sistemática con el beneplácito y complicidad de las autoridades nigerianas, que declararon su independencia en 1960.
Se incorporó al Movimiento por la Supervivencia del Pueblo Ogoni (MOSOP, por sus siglas en inglés), hasta llegar a presidirlo. También fue miembro de UNPO, u Organización de Pueblos y Naciones No Representados. Con su apoyo y las redes solidarias que fue hilvanando, articuló formidables grupos de presión que recurrían a medidas no-violentas y emprendían metas tales como la promoción de la conciencia democrática local; la protección el entorno natural del pueblo o nación Ogoni; opciones de desarrollo para la región, y la salvaguarda de su patrimonio cultural y costumbres. En esencia, MOSOP pretendía la autodeterminación ante el doble embate del gobierno y la corporación petrolera, que no habían aportado nada de provecho a cambio de la extracción de combustible.
Para el año 1993 (uno después de haber sido arrestado por primera vez por el régimen militar y después de ser liberado), Ken Saro-Wiwa pudo convocar a trescientos mil Ogoni para que salieran a manifestarse a exigir sus derechos en su día, el 4 de enero para ser exactos. Celebró su emancipación simbólica, casi la mitad de la población total de la tribu.
Fue entonces que Shell y el gobierno se abocaron a reprimir sin miramientos a esa comunidad. Necesitaban aplastarla para mantener el statu quo que beneficiaba a la corporación, mantenía el flujo de petróleo y llenaba los bolsillos de la cleptocracia en la administración del gobierno y sus compinches. Miles de habitantes fueron masacrados durante esta época; poblaciones enteras, desplazadas.
Mandaba en Nigeria el sanguinario general golpista Sani Abacha y una corrupta camarilla cuya exclusiva prioridad era complacer a Shell y otras empresas petroleras con las que traficaban sucios negocios a manos llenas, a expensas de la devastación que hizo de una zona fértil como Ogoniland, tierra yerma y ultrajada. La minoría Ogoni no pesaba en el juego de poder político en el que luchaban por el poder las tres etnias principales: los Yoruba, Igbo y Hausa. Saro-Wiwa era un obstáculo cada vez más peligroso para Shell; las campañas internacionales en su contra fortalecían la vía pacífica y era menester dar un ejemplo a otras regiones del país que pudiesen albergar similares pretensiones. Convencerlas, con fuerza bruta, de que esa estrategia, la de exigir sin violencia y con convicción democrática sus derechos, conduciría al absoluto fracaso.
El 21 de mayo de 1994 fueron asesinados, en extrañas circunstancias, cuatro integrantes de MOSOP que no compartían las ideas progresistas del grupo de Saro-Wiwa. Existen elementos para suponer que el teniente coronel Paul Okuntimo, un militar pagado por Shell, provocó con sus tropas estas muertes para responsabilizar a Saro-Wiwa y otros miembros de la agrupación pacifista a su cargo. El ejército fungía como guardia pretoriana de la empresa.
El incansable activista nigeriano y catorce de sus compañeros fueron arrestados y torturados. Se les sometió a juicio sumario, sin respetar sus garantías y al más puro estilo de los regímenes totalitarios. Su equipo de abogados renunció, al no existir condiciones mínimas de debido proceso. Shell sobornó a testigos en su contra que luego se retractaron.
Poco importaba. La consigna terminante era dictar sentencia de muerte contra Ken Saro-Wiwa y sus compañeros.
A lo largo del proceso, Shell sostuvo reuniones con miembros del gobierno de Abacha y su poder judicial.
De nada sirvieron las solicitudes de organismos defensores de los derechos humanos o peticiones formales de líderes como Nelson Mandela o Bill Clinton. La decisión estaba tomada.
En 1995 y durante la reunión de la Mancomunidad de Naciones, con el juicio en curso, no se tocó el tema de una posible conmutación de sentencia para los falsamente inculpados. Sólo fue después de su ejecución que Nigeria fue suspendida de esa asociación durante cuatro años.
Hubo seis absoluciones. Ya liberados, se reincorporaron a MOSOP, organismo que continúa desarrollando sus actividades hasta la fecha. Shell y Abacha intentaron desbaratar de un golpe mortífero a MOSOP, sacrificando a sus líderes principales. No lo consiguieron.
Nueve activistas fueron sentenciados a morir en la horca. Orden emitida sin vuelta de hoja, o la menor posibilidad de ser apelada.
El gobierno nigeriano tenía prisa. El viernes 10 de noviembre de 1995, en la prisión Port Harcourt se consumó el sacrificio de Ken Saro-Wiwa, Baribor Bera, Saturday Doobee, Nordu Eawo, Daniel Gbokoo, Barinem Kiobel, John Kpuinen, Paul Levura y Felix Nuate.
Sus cuerpos fueron arrojados a una fosa común. Apenas en el 2000, la familia de Saro-Wiwa recuperó los huesos de quien fuera en vida uno de los principales defensores del medio ambiente en el mundo. En 2005, cinco años después de su entierro oficial, sus restos mortales se depositaron junto a la tumba de su padre en Bori, el pueblo que lo vio nacer.
Ahora que vienen empresas extranjeras como Shell, Exxon o BP (responsable de la fuga de petróleo más grave de la que se tiene noticia, en el Golfo de México), a competir con la corruptérrima Pemex, recordamos a Saro-Wiwa y sus ocho compañeros de lucha. ¿Participarán estas compañías en el expolio sin control alguno, y en el fracking por venir (actualmente prohibido en países como Francia y Bulgaria)? ¿Tendrán, como en Nigeria, la entera libertad de obrar a su antojo? ¿Será éste como en la Época de Oro del Salinato- el Gran Desquite de las transnacionales y sus aliados en el gobierno, las cuales (siguiendo la costumbre de otros corporativos nacionales y extranjeros aquí avecindados), abusarán -como sólo aquí pueden hacerlo- en cuanto acampen en México?
Shell Gas Flare, Nigeria
El tirano Abacha falleció repentinamente en 1998: a su familia le encontraron miles de millones de dólares robados y depositados en paraísos fiscales y bancos suizos.
En 2009, Shell accedió a pagar a la familia de Saro-Wiwa, otras víctimas del asesinato judicial y la comunidad Ogoni una compensación por más de quince millones de dólares. El caso Wiwa v. Shell se litigó en una corte federal de los Estados Unidos. Empero y hasta hoy, la empresa no reconoce su responsabilidad directa en los eventos que desembocaron en el asesinato judicial de Ken Saro-Wiwa y sus aliados.
Desastre en la desembocadura del Río Níger.
Ahora que un amplio sector del gobierno, partidos y empresarios sucumbe ante la panacea de la reforma energética que -como con López Portillo o Carlos Salinas- ‘devolverá al país por la senda de la abundancia y el progreso’ (u otras frases enlatadas de su elección), bien haríamos en no olvidar a Ken Saro-Wiwa: un adelantado a su tiempo que pagó con la vida el atrevimiento de enfrentarse al poder, sólo por intentar proteger su tierra y su comunidad.
Zero Biocidas
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