La industria del aceite de palma en Malasia e Indonesia, que supone más del 85% de la producción mundial, aún descansa en el trabajo de millones de trabajadores migrantes, desplazados desde otros países u otras regiones, para mantener y recolectar los frutos de los que sale el aceite más consumido del mundo.
En Malasia, un país de ingresos medios, los trabajadores de las plantaciones de aceite de palma son principalmente inmigrantes de países cercanos más pobres, como Filipinas, Nepal, Bangladesh e Indonesia. “En Malasia, la mano de obra de las plantaciones de aceite de palma procede casi por completo de otros países”, dice Eric Gottwald, director legal del Foro Internacional de Derechos Laborales (ILRF en sus siglas en inglés).
“Es un sistema muy abusivo que incluye tráfico, esclavitud por deudas y pagos injustos”, explica Gottwald. Una vez en Malasia, muchos de estos trabajadores son contratados como jornaleros sin ningún tipo de contrato escrito y algunos tienen que entregar sus pasaportes a sus empleados, que se los retienen para que no escapen.
“Muchos de estos trabajadores son indocumentados y las leyes malasias son hostiles a los migrantes”, continúa el investigador. En este sentido, los permisos de trabajo están ligados a un empleador específico, por lo que los trabajadores no pueden buscar mejores oportunidades en otras plantaciones o sectores.
Malasia además no ha firmado ninguna de las dos Convenciones de la Organización Internacional del Trabajo que garantizan los derechos de los trabajadores migrantes. No obstante, uno de los mayores problemas en Malasia son los niños apátridas que los trabajadores migrantes tienen con las mujeres locales. La ley no permite los matrimonios entre extranjeros y locales y registrar a los niños nacidos fuera del matrimonio no es sencillo.
“Se estima que hay unos 60.000 niños apátridas sólo en el estado de Sabah (uno de las principales regiones productoras de aceite de palma)”, asegura Marcus Colchester, consultor del Programa Forest People.
Fuente Zero Biocidas
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